El diario de un outsider residente en los arrabales del trimundo

miércoles, 15 de junio de 2011

Sensaciones

En el deporte se habla mucho de tener buenas o malas sensaciones. También de entrenar por sensaciones. No se suele hablar mucho de otro tipo de sensaciones, me refiero a las que tienen que ver con los sentidos -a las vibraciones, generalmente positivas, que nos produce la práctica deportiva. Sí se habla de la generación de endorfinas y temas así, pero pocas veces de que la práctica del deporte va casi siempre unida a un cúmulo de estímulos sensoriales. Que si el viento en la cara. Que si el rumor del mar. Que si las puestas de sol. Que si el sabor salado del mar. Que si el olor a tomillo en la sierra o a puro salitre cuando corremos al lado del Mediterráneo. En fin, que hoy la entrada va en plan místico-estético. Porque, supongo que os pasará a la mayoría, pero para mí, las sesiones de entrenamiento suelen tener un componente sensorial y estético que es parte del atractivo que le encuentro a toda esta película. Disfrutar con los sentidos y con la mente es sólo una de las caras de la moneda, pero, a falta de 4 días para el Tri de Almería, me olvido de otras sensaciones (las que me provocan los nervios ante dicho evento) y me centro en estas tan estéticas y tan místicas...
Ayer tocó doblar. A medio día, 1800 metros en mar, con una mini incursión a mar abierto en el que el poderío de la naturaleza, el mar, con una ligerísima mar rizada con brisa de SW, me produjo sensaciones encontradas. Por un lado, la sensación de poder dominar ese pedazo de extensión de agua. La sensación de nadar bien, la sensación de avanzar e ir hacia donde uno quiere. Por el otro, la sensación de sentirse uno totalmente insignificante ante tal inmensidad. Euforia con un toque de agobio, todo de la mano.Nadar en el mar es, entre otras cosas, apreciar lo poco que somos en este tinglao que llamamos Tierra.
Por la tarde, rodaje en bici -por cierto, qué diferente es salir acompañado con la bicicleta: se hace todo más corto y ameno. 81 kms hasta la Fabriquilla, en Cabo de Gata; sensaciones estéticas extremas: el campo del Cabo en lo que queda de primavera, el mar de un exuberante azul, las pitas, el color de la tierra oscura de la zona, las salinas y los flamencos. Los flamencos, cómo no, deseándome suerte para el domingo.

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