El diario de un outsider residente en los arrabales del trimundo

martes, 30 de abril de 2013

XIV Triatlón de Fuente Álamo: vuelve la magia con el poder del 555

La cara, el espejo del alma. A por la bici...
Pues si en la entrada anterior me preguntaba que cuánta de la magia que se esfuma acaba por volver, tengo que reconocer que el sábado encontré la respuesta. El mismo día también aprendí que, cuando se te pierde, lo peor que puedes hacer es salir a buscarla con desesperación: la magia acaba por encontrarte en el momento justo y en el lugar adecuado. Tanta palabrería para empezar la entrada -en vez de contar que llegaba al triatlón de Fuente Álamo con un cocktail raro de ganas, impaciencia, nervios y preocupación ante mi decimosegundo tri -¿conseguiría romper el hielo de la temporada?. En este mismo triatlón el año pasado me había retirado por el oleaje y, después del gatillazo de Elche hace dos semanas, me sentía con una cierta obligación moral hacia mi pundonor -es como si pensara que, si tampoco salía bien este, la cosa ya iba a oler demasiado a chamusquina como para considerarme siquiera aprendiz de triatleta. En cualquier caso, las ganas, aunque mezcladas con nervios y las dudas de siempre, no faltaban: buena prueba de ello fue la intensa sesión de depilación a la que me sometí el viernes -ceremonia que celebro cuando compito con ilusión y que, curiosamente, no llegué a hacer para Elche.
Bueno, Fuente Álamo es un triatlón con solera. Uno de los de mayor tradición en la península y con una organización realmente cuidada. La atención a los triatletas es exquisita gracias a todo un ejército de voluntarios y voluntarias que se ocupan de las comidas, de los dorsales, de los boxes, del tráfico, de todo. A mí personalmente lo que más me gusta de este triatlón es el ambiente popular que tiene -no nos confundamos, acude gente muy muy buena y tiene mucho prestigio, pero, de alguna forma, no intimida a los triatletas patateros como yo. En otras palabras, no existe postureo, bien sea porque en un sprint no da tiempo a figurar demasiado o porque la normativa para la distancia no permite ciertas extravagancias estéticas, mecánicas o de indumentaria. Otra cosa que me gusta mucho de este triatlón es el recorrido de bici: acostumbrado a recorridos a 4 o 5 vueltas por avenidas o carreteras con escaso encanto, el sector bici de Fuente Álamo es un lujo. Primero porque, en realidad, vas desde los boxes del Puerto de Mazarrón hasta los boxes del pueblo de Fuente Álamo por una carretera bastante bonita, entre vegetación mediterránea y un paisaje muy chulo. Segundo, porque son 24 kms interesantes, con un desnivel de 355m y con un puerto gracioso de subir.
Lo que no me gusta de Fuente Álamo es la hora de salida. Quizás algunos lo verán como uno de sus encantos, pero el hecho de estar todo el día entre compis triatletas, comentando y compartiendo batallas (hasta yo comparto las mías propias con el poco recorrido que tengo en este  mundo) y pronósticos que suenan a maldiciones bíblicas (a las 6 va a llover), todo este rato tan largo contribuye a que, a las 5 de la tarde estés con una presión psicológica que puede acabar o muy bien o bastante regular. Luego está el tema meteorológico: está claro que, según avanza la tarde, las posibilidades de olas o de  complicaciones son mayores. No soy nadie para decir esto pero, si de mí dependiera, este triatlón se hacía a las 12 del día -para terminarlo justo a la hora de tomarse un buen caldero murciano. Claro que sí.
El caso es que, tras llegar a Fuente Álamo con Simón, que esta vez aparte de fotógrafo también hizo de chófer, después de coincidir con la nutrida representación almeriense, después de recoger dorsal, dejar la bici en el camión que la bajaría a los boxes de Mazarrón, después de marcarme bracillo y pantorrilla con mi estupendo dorsal impar (555, el poder del 5), después de comer en el cole del pueblo y después de dejar las zapas de correr en boxes, después de todo resuelto, nos bajamos para Mazarrón. Al llegar no doy crédito: el mar, a las 3 de la tarde, está hecho una balsa, aunque, como me conozco yo las historias del mar, estoy como un puntito escamado. Tal y como me dice uno de los oficiales que está en boxes -en dos horas la cosa puede cambiar mucho. Y bueno, la cosa no llegó a cambiar mucho, pero tampoco se quedó igual. Es como si, todos los años, en este triatlón tuvieran que hacer alguna aparición estelar Eolo y Neptuno para ponernos a prueba. Pues eso: que si me pongo el mono nuevo del club, que si vaselina, que si neopreno, que si a probar el agua (que, por cierto, está buenísima), que si socialización para acá y socialización para allá -aprovechando para darle la brasa a todo el mundo y contarles el rollito de que he aprendido mucho en dos semanas y que nunca voy a hacer nada deportivo que realmente no me apetezca (qué pesao que es este, pensará hasta el más pintao). Así las cosas, la hora de mi salida llega: las 17.25 y, cómo no, suena el bocinazo. Meeeeeeeeeeeeeeeeeeeeec. Lo más sorprendente es, quizás, que no recibo ni un solo palo. Salida tranquila y, tras 20 metros de ansiedad de la normal, me instalo en un ritmo que para mí no es malo y me centro en relajar respiración y soltar ansiedades. No voy nadando mal, me voy gustando y, cuando alargo la brazada, me parece que hasta deslizo con elegancia y avanzo más. Se ven las algas del fondo y se ve, también, que el mar se está poniendo más interesante. Primera boya. Rodeo y, a por la segunda; el mar, definitivamente, se está poniendo gracioso. Lo bueno es que, desde allí, la única posibilidad es continuar. Ya no hay remedio. Boya, boya, boya y, cuando me quiero dar cuenta, estoy en la segunda y con mucho sabor a mar en la boca -se me había olvidado la sensación de lengua salada en un triatlón. Rodeo y a por la playa. Al pasar la segunda boya me pasan dos o tres gorros verdes de la última salida, que han empezado 5 minutos despés que los amarillos como yo -cómo nada la gente. Hasta me da tiempo de tener envidia. Pero bueno, no es momento de darle al coco. Es momento de tirar para el arco de llegada. Estirar brazada, deslizar, algas abajo y el mar que, seguramente, en media hora más se pone insoportable. Llego a la playa y me invade una alegría indescriptible -he conseguido abrir la temporada y he roto el maleficio del agua de 2013.
He salido del agua en 16'36''; para mí no está mal; no importan tiempos, importa que estoy en boxes y tengo que coger la bici. Transición malísima, casi tres minutos para ponerme calcetines, calzarme zapas y demás (definitivamente, tengo que mejorar el tema de las transiciones: tanto que mejorar). Bueno, con la euforia del logro acuático me perdono la lentitud y salgo con alegría. La alegría en la bici me dura poco -el primer kilómetro, en paralelo al mar, nos pone en nuestro lugar. Se ha montado un buen cristo meteorológico -ni rastro de sol, nubes muy amenazadoras y un viento que tiene poco de brisa: debe andar por los 30 km/h; el viento, porque yo empiezo a perder velocidad enseguida. Voy en un grupo durante un rato -al grupo se une muchísima más gente y se producen unas cuantas situaciones de peligro con alguna caída incluida. Improperios y tonterías varias que se escuchan en un pelotón así. Detalles feos. El grupo se desperdiga porque, en seguida, comienza el ascenso al puerto de La Cuesta (los topónimos murcianos son así de transparentes). Con mi compact voy a plato gran parte de los 10 kms de subida. Hasta que digo, hasta aquí hemos llegado y meto el plato pequeño; empiezo a subir piñones y, en una de estas, me doy cuenta de que no me falta nada por meter o sacar, como prefiráis. No quedan más piñones. Menos mal que el fin del puerto llega enseguida. Ahora toca bajar y subir la media. Tras dos o tres curvas un poco peligrosas, el resto es bajada fácil y disfrutable -se monta otro grupo interesante y la carretera se va acercando, entre campos de alcachofas, al destino. Rotondas y alguna marrullería (un triatleta que atrocha por una rotonda y se justifica gritando que es que si no se le va el grupo y se queda solo, pura psicodelia, vamos). Quedan como 6 kms y empieza a chispear. Pero cuando quedan sólo 4 el chispeo se ha convertido en diluvio puro. Diluvio de dimensiones bíblicas -al menos eso le parece a mis gafas que no me dejan ver casi nada de lo que tengo delante. Gafas, casco, bici, manos, zapas: todo empapado. Nunca he ido en medio de un diluvio así a 35 km/h pero me digo que mejor terminar estrellado que ahogado en un campo de alcachofas. Después de todo, queda un kilómetro, entramos en Fuente Álamo. Boxes-piscina: termino la bici a una media de 27 km/h. Regular. Compruebo lo que me temía: mis zapas de correr están completamente inundadas, pobreticas. Echo a correr, tras perder otra vez más de  dos minutos en boxes. No veo nada. Debo de llevar una pinta muy elegante con las gafas estas pero opto por subírmelas ante el riesgo de estrellarme contra cualquier esquina. Bendito buff, hoy me sirve para sonarme la nariz y limpiarme las mocarreras. Voy chof chof chof con los pies empapados. El recorrido, además, tiene algunos momentos verdaderamente emocionantes entre barro y charcos salvajes. No voy corriendo nada cómodo y sé que ando más lento que mi ritmo normal -voy un poco pasado de rosca acusando los entrenos de carrera a pie de la semana. Da igual. Estoy contento. Se me hacen cortos los 5 kms -bueno, se me hacen como lo que son: 5 kms. Entrada en meta con cierta gracia en 1h38'27'', puesto 382º de la general (de 637 llegados) y 36º de mi categoría (de 80).

agua: 16'36'' (promedio de 2'22''), puesto 524
bici: 56' (promedio de 26,8 km/h), puesto 344
pie: 20'47'' (promedio de 4'09''), puesto 243

Vuelvo a sentir el tremendo chute de endorfinas que se siente al terminar un triatlón -esta vez por duplicado porque me he conseguido quitar la espinita de Fuente Álamo y porque he abierto la temporada 2013. De todos modos, tengo frío y estoy un poco con la pinza ida -en seguida recupero el contacto con la realidad y empieza el tercer tiempo. Más socialización: ahí aparece @ManuSanchez_92, un chaval que conozco por Twitter y que derrocha ilusión en la cara porque acaba de terminar su primer triatlón (enhorabuena). Ahí me voy encontrando con todos los del club con los que había empezado la tarde: Ramón, Pepe, Jose, Domingo, Esteban, Paco... Nos vamos reencontrando y en algunos abrazos aprecio el verdadero calor de quienes se alegran de verdad de que haya remontado el bajón este de algunas semanas. Barra libre de fruta: avituallamiento de lujo y el cielo que se prepara para seguir demostrando que él también es triatleta. Cada vez tenemos más frío. Tiritona intensa y a esperar que abran boxes. Los boxes-piscina se han convertido en un barrizal. Por fin, tras más de media hora larga de espera y tiritar, los abren y allá que nos lanzamos desesperados a sacar bicis y a quitarnos el frío de encima. En estas que, otra tricoincidencia, me encuentro con @josefdelajungla -otro viejo conocido de este blog y de Twitter. No hay tiempo para mucha charla porque la urgencia es sacar la bici y entrar en calor. Me encuentro apelotonado en un pasillo de barro -están controlando la salida y empieza a diluviar otra vez. Esto no tiene nombre. Nervios y escena un poco patética. Consigo salir de boxes y me instalo bajo una cornisa: sigo tiritando y con las manos moradas de frío. Cosas para olvidar después de haber hecho un triatlón épico como este, pero quizás la organización debería haber previsto unas mantas térmicas de esas que dan en otras carreras o un avituallamiento caliente. Algo.
La conclusión de la crónica es que sí, claro que vuelve la magia. Lo sabía, pero no estaba de más confirmarlo. Terminas el primer tri de la temporada y estás otra vez en circulación. Te da igual ser mejor o peor -pero sabes que estás ahí y que has disfrutado y que has recibido tu chute y que esto te ayuda a lidiar con las cosas feas de la vida. Sabes que estás ahí y que el triatlón estará también por ahí, unas veces más cerca otras más lejos, pero por ahí. Y no te importa residir en la periferia del mundillo porque, al fin y al cabo, has vuelto a recuperar el gusto y la emoción por esto. Y Fuente Álamo, además de devolverte el gustillo, te regala una revelación: el encanto de esto, al menos para los populares como yo, creo que reside en esta eterna tensión entre sentirnos vulnerables y, a la vez, inmensos y poderosos. Sentir que no vamos a ser capaces y, cuando lo somos, sentirnos un poquito más grandes. Es una tontería dedicar un puesto 382º en un triatlón, pero, da igual, este os lo dedico a quienes habéis estado ahí estas semanas tontas -ya sabéis quiénes sois. Un abrazo.

1 comentario:

  1. Muy buena crónica, y es que lo pasamos en grande todos los participantes en Fuente Alamo... jejeje

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