12º C y en mi ciudad. Correr una media maratón por Madrid con un día espléndido de primavera y con ánimo de disfrutar (como dice mi entrenador, de eso se trata, de disfrutar): ese era el plan para la mañana de ayer domingo. Y eso era lo que intenté decirme una y otra vez para justificar el tremendo madrugón: el reloj sonaba a las 6.35 de la mañana y, a partir de ahí, todo funcionaría más o menos dentro del guión de las ceremonias-carreras previas... Con algunos cambios, eso sí: por ejemplo, los casi 20.000 corredores que nos dimos cita en el Retiro para correr la media y la carrera paralela de 5 kms. O el grupo de cinco valientes que nos juntábamos ayer en la estación de Atocha para aterrizar en el Retiro, cada uno con nuestras aspiraciones y objetivos propios: mi cuñada Flor, la amiga Lola (que iba a correr su primera media), José Andrés del No Name Team, Simón y yo. El guión siguió en una carrera que destaca por dos cosas: su extraordinaria organización a cargo de la AD Marathon (un club de atletismo de toda la vida en Madrid) y por su exigente recorrido de toboganes rompepiernas.
Por mi tiempo acreditado y, supongo, por mi participación previa en la misma carrera, me había tocado el dorsal 338, que me permitía estar en el segundo cajón de salida, en una posición privilegiada que, desde las 9 y poco, me permitió ver desde muy cerca el arco de salida y los preparativos y calentamientos de los corredores de élite. La escasa media hora que paso detrás de la valla del cajón se me hace corta, y lo que siguió después es previsible: pistoletazo de salida y, en un ambiente extraordinario, al compás de decenas de runners a un ritmo de 3 y pico por kilómetro, comienzo de mi enésima media maratón. Salimos del Retiro y voy con el globo de 1h20' -espejismo que me dura unos cuantos minutos en que me recuerdo que, aunque voy estupendamente de piernas, he venido a disfrutar y, sobre todo, que me va ser imposible aguantar tal tralla durante mucho recorrido. Efectivamente, el globo se me va y me centro en disfrutar a mi manera el recorrido. Estoy en mi Madrid y, cosa rara en mí, no hablo con nadie durante la carrera (bueno, con casi nadie; reconozco que me es imposible no hablar en una carrera). Así, esta carrera es especial porque más que hablar con otros runners, hablo con la ciudad, con los recuerdos de las calles y barrios que atravieso, con las personas que están o ya no están (y sigo queriendo igual), con mis fantasmas particulares y variados. Esta conversación interna me ayuda a mantener el ritmo desde el mismo pistoletazo: porque salgo del parque en que jugué de pequeño, en el que seguramente di alguno de mis primeros pasos, atravieso por calles no muy lejanas al edificio donde viví hasta los 3 años, por donde mi padre cogía el autobús para ir a trabajar. Así, con tanto diálogo interno, me instalo en un ritmo de 4'04'' por kilómetro; van cayendo calles: hemos dejado atrás Príncipe de Vergara, Diego de León, atravesamos la Castellana, cruzamos Almagro hacia Santa Engracia y alguien dice, esto empieza aquí. Efectivamente, el kilómetro 4 y Santa Engracia marcan el inicio de una larga subida de 5 kilómetros hasta Plaza Castilla -Madrid es así, una ciudad aparentemente llana; una ciudad que engaña, compuesta de una tremenda sucesión de toboganes, falsos llanos, subidas y bajadas que resultan en un perfecto ataque a la integridad muscular de las piernas más aguerridas. Pasamos a los bomberos de Santa Engracia: como siempre animando a golpe de sirenas que anuncian que estamos a punto de entrar en Cuatro Caminos y enfilar Bravo Murillo. Y para afrontar con ritmo esta continuación de repechillos en falso llano, me veo a mí mismo de niño y adolescente subir esta misma calle en el autobús 125, de camino a casa de mis tíos. El tiempo ha pasado pero la calle sigue, más o menos, igual. Lo que no sigue del todo igual es Plaza Castilla, que ha adquirido un perfil de rascacielos y una ordenación urbana que hacen que sea ahí donde Madrid más juega a ser una ciudad norteamericana. Pasar por medio de la plaza, con las torres KIO y los rascacielos de la antigua ciudad deportiva del Madrid al fondo, es uno de los momentos más estimulantes del recorrido: después de todo, hemos alcanzado la cota máxima y ya cada uno debe saber, más o menos, a lo que puede o debe aspirar. Yo, enfilando Mateo Inurria y abordando unos kilómetros de desnivel más favorable y de bajadas traicioneras, compruebo que, en los kilómetros 9 y 10 sigo con lo mío: 4'04'' por kilómetro. Llegamos a la mitad de la carrera: avituallamiento, control de chip y una animadora que dice “vamos, que no os queda nada”. Qué optimismo, pienso y digo en voz alta: nos queda, ni más ni menos, la mitad, me contesta otro corredor. Príncipe de Vergara y colonia del Viso: por aquí, Madrid juega a ser ciudad de ricos y de chalecitos tranquilos. La recta de Serrano, gran cuesta abajo y recuerdos de la San Silvestre: Madrid sigue jugando a ser una ciudad de privilegios. Lo bueno es que vamos cuesta abajo con algún falso llano hasta el kilómetro 13. Yo sigo con mi ritmo de 4'04'', como un reloj (parece mentira cómo la fisiología es capaz de memorizar los ritmos de paso), y no me dejo intimidar por el giro hacia Diego de León: tremenda cuesta arriba que me hace preguntarme si seré capaz de seguir con lo mío. Si he tenido espejismos en el recorrido, si he llegado a plantearme el llegar a arriesgar para hacer marcaza en Madrid, ahora me doy cuenta de que tampoco voy tan sobrado: echo en falta los rodajes largos regulares de otras épocas; ahora la reconversión hacia el triatlón me deja correr mucho menos de lo que corría, así que... En estas estamos cuando, casi sin darnos cuenta, estamos otra vez en Príncipe de Vergara y llegamos al Retiro: falta la guinda del pastel, una vuelta completa al parque. Menéndez Pelayo, gran animación de público y un Madrid que, esta vez, intenta jugar a ser una ciudad ordenada y medio parisina -más recuerdos familiares, más historias mías y bajada brutal hacia Mariano de Cavia. Punto más bajo del recorrido y preparación mental para lo peor: todo lo que baja, sube. Y ahora hay que subir, giro en Atocha hacia Alfonso XII: grandísimo repecho situado en un punto crítico del recorrido. Nos encaminamos hacia el kilómetro 19 y a mí me pasa el globo de 1h25' con una decisión y un ritmo que a mí me faltan. Pelillos a la mar, centrémonos en lo monumental del recorrido: Casón del Buen Retiro, viviendas señoriales, Puerta de Alcalá y un kilómetro 20 que se hace de rogar. Vuelta completa al Retiro y entrada en el Paseo de Coches: ilusiones ópticas multiplicadas por cinco o seis. Son esos, por lo menos, los arcos que hay que atravesar antes de llegar al km 21 y antes de divisar, con mucho alivio, el arco de meta con su reloj correspondiente. Ya está, entro en meta: 1h25'49'' tiempo oficial, puesto 426º de 13733 llegados y 201º de mi categoría, promedio de 4'04'' por kilómetro. No ha estado mal, nada mal: como se me ve en la cara, he disfrutado y he tenido una buena conversación con mi ciudad y conmigo mismo.
Naturalmente, los restantes miembros de la expedición terminaron también -mi enhorabuena a todos, a mi cuñada por su esfuerzo titánico por terminar la carrera; a Lola, por completar su primera media; a Jose, por disfrutar tanto de correr en Madrid y por su buen tiempo; a Simón, por hacerle frente con mucho ánimo y muchas ganas a los míticos toboganes de la capital... Aquí nos quedamos hoy: perdonen ustedes el ladrillazo, pero las medias maratones es lo que tienen.
Qué recuerdos... Me encanta tu crónica, la voy viviendo desde el principio hasta el final...eso sí, aquí sentada tan tranquila...Mi Madrid vista por tus ojos. Gracias.
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