¿Alguna vez habéis corrido una carrera con dos camisetas? Pues yo sí: por primera vez en mi vida, corrí la II Noche de Miaccum, carrera popular nocturna, con dos camisetas. Un claro síntoma de que iba a ser, estaba ya siendo, una noche especial y con cierta magia. Quizás la magia reside en los ojos con los que uno se empeña en ver las cosas, quizás el espíritu de las ruinas romanas tuvo algo que ver, quizás fue la luna llena que no nos alumbró nada porque se empeño en salir por encima del Cerro del Telégrafo justo al terminar la carrera, o quizás fue mi status de cuidador geriátrico que se vino arriba por participar en un evento deportivo con tanta gente popular de los pata negra... Y bueno, lo de las dos camisetas tiene su explicación: como no llevaba mochila ni nada y dieron las camisetas técnicas (muy chulas, por cierto) en la recogida de dorsales, no tuve otra alternativa que ponérmela debajo de la que ya llevaba.
Y, claro, la magia de la noche no se limitó a llevar dos camisetas (qué magia tan pobre, os oigo pensar al leer esto). La magia de la noche tuvo muchos ingredientes -por ejemplo, el conocer a Recuerdo Arroyo y a su pareja Jeff, que se pararon en su coche para preguntarme cómo se iba hacia la salida cuando yo iba andando hacia allá y, ya puestos, me llevaron. Resulta que Recuerdo es un pedazo de corredora que ha ganado varias veces la San Silvestre Vallecana y que es conocidísima, por sociable, por encantadora y por buena corredora, en todo el circuito de carreras populares de la Meseta... Ahí que estuvimos charlando y calentando juntos un rato, que me bastó para poder ver la pasión con la que se toma esto del correr. También, gracias a Recuerdo y a Jeff, conocí a otro popular, Paco: un tío de 62 años que sigue corriendo a diario y que ha debido correr tropecientos Mapomas y yo qué sé más. Conocer a esta gente antes de una carrera es pura magia deportiva. La verdad que se veía el buen ambiente antes de la salida -que si un escenario con baile, que si un concurso de disfraces de temática romana (no nos olvidemos que Miaccum es un yacimiento romano recientemente puesto en valor en Collado Mediano), que si un chiringuito, que si puestos de artesanía -de todo un poco... También unos 400 runners que nos dedicábamos a describirnos mutuamente los tramos complicados de la carrera y a mostrárnoslos en la medida de lo posible: un trozo de calzada romana con unas zanjas-trialeras-gradas naturales muy puñeteras, prados bacheados, en fin, cosas básicas que había que saber antes de la salida.
Yo, como me suele pasar siempre, acudí a la carerra con muy pocas ganas de correr. Juas juas juas: las paradojas del aprendiz de triatleta. Lo de siempre -pocos ánimos, que de repente se multiplican al oir el pistoletazo de salida... Y ahí continuó la magia de la noche -pistoletazo de salida y ahí que voy, tonto el último, como un galgo y con ganas de correr de verdad. La carrera, la verdad, es complicada: el desnivel es escaso (ciento y pico metros) pero el terreno es mágicamente complicado, máxime cuando es una carrera nocturna y a partir del primer cuarto de hora se ve poco, por no decir nada (no se ve gota, se diría en Amería) -en fin, una carrera ideal para soltar adrenalina y para ir con el corazón en un puño (por no decirlo de manera más cruda) pensando en un posible hostiazo o traspiés o resbalón o tropezón en una trialera, en una piedra, en un boquete... Quizás la organización se podría plantear recomendar zapas de trail para la próxima e insistir un poco más en el tema de los frontales: no vale cualquier frontal para un recorrido nocturno como este; el que yo llevaba, por ejemplo, era, más que nada, testimonial, y el hecho de que no me cayera ni tuviera ningún percance, más que algún tropezón sin importancia, lo atribuyo a la magia de los dioses que todavía deben habitar en los restos de la posada romana de Miaccum. Un percance en esta carrera nocturna y se acabó la temporada, eso es lo que iba pensando en voz alta otro integrante del equipo mágico, Carlos, un corredor con el que coincidí en la salida y con el que corrí casi toda la carrera. Tanto es así que entramos en la meta de la mano y juntos en honor del compañerismo deportivo, según lo llamó él. La verdad que ha sido en esta carrera, cosas de la magia, donde más he podido comprobar que las situaciones límite que nos propone a veces el deporte favorecen este tipo de vínculos estrechos que, una vez que la carrera termina, se desactivan tan naturalmente como el deporte los creó. Estas relaciones tan estrechas que duran unos minutos me recuerdan a la cercanía emocional que se establece en las cumbres de las montañas -llegas a un 3000 y hablas y te abrazas con los que hay ahí como si los conocieras de toda la vida. Llegas a meta en Miaccum, sano y salvo y sin romperte la crisma, y te da por entrar de la mano en plan compañerismo... Bueno, interrumpo las reflexiones y me dirijo hacia la meta; precisamente llegando a meta el panorama era bellísimo: la noche, las luces, la luna que acababa de salir... Y, sobre todo, la meta: bendita meta. Al final: 44'19'' para casi 10 kilómetros y medio. 4'15'' de promedio y puesto 18 de la general (de un total de 368 llegados a meta) y de la categoría emperadores. En fin, pa' habernos matao. Nada mal el resultado, buena carrera, que, por las fechas, me vendrá bien como entrenamiento para el sprint de Medina de Rioseco, si finalmente me inscribo. No quiero cerrar la crónica sin hablar del mágico montadito de chorizo a la brasa que te daban al entrar en meta: montadito que muchos participantes despreciaban (qué talibanes de la dieta nos volvemos a veces los deportistas...). Yo opté por dar buena cuenta de él. Como le dije a Recuerdo, si no me ha matao una de esas zanjas, que me mate el montadito de chorizo.
Por lo demás, la semana pasada terminó con 7 horas 43 minutos de actividad física (excluyendo pesas y abdos): 5 sesiones de carrera a pie para 51,6 kms y 4 sesiones de piscina para 8.400 metros. En mi vida había nadado tantos metros en una semana. Tampoco nunca había quedado en el puesto 18 de una carrera. Lo que aprende uno con el deporte: siempre hay primeras veces para todo; parece mentira lo que damos de sí. En fin, reitero: pa'habernos matao.
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