Cuando comencé este blog, cuando comencé a preparar Donosti, pensé en posibles imprevistos. Posibles y seguros imprevistos. La semana pasada, el jueves, coincidiendo con mi última entrada aquí en el blog, se desencadenaba el peor de los imprevistos. Tras unas horas en urgencias, a mi prima Reme (una de esas personas que son imprescindibles en la vida) la operaron a vida o muerte. Una de esas operaciones imposibles. Una de esas tardes, la del jueves pasado, en que somos capaces de montarnos la más fantástica de las películas. Nos la montamos y nos la creímos. El final, aunque estaba claro, nos pilló tan de sorpresa como el principio. Al final, lo peor.
Nos dejó mi prima Reme -entre proyectos ricos y variados; entre planes de viajes, de clases, de reformas, de vida. Así, sin avisarnos y sin querer preocuparnos. Con mucha valentía y fortaleza. Como ella había vivido siempre y en especial los últimos años. Nos dejó. Y ahora un vacío sin forma, un vacío sin color, sin sentido. El único sentido que le encuentro a todo es el mensaje entre líneas que nos deja la vida: qué putada es la vida!
Mi prima pensaba de mí que era un tío fuerte que consigue todo lo que se propone. Cada vez que hablaba con ella me preguntaba por los entrenos: ¿cómo llevas lo del maratón? El último domingo que la vi, me vio volver de un rodaje largo. Me preguntó que cuánto había hecho -30 kms. ¿Y cuánto tardas? Pues dos horas y media. Puff, qué aburrimiento correr tanto tiempo seguido, no? Eso me dijo.
Ahora me parece aburrimiento todo. Sin ganas de nada, parece aburrido levantarse, trabajar, correr, leer o escribir en un blog. De todos modos, porque la vida sigue, todo debe seguir. Aunque dan ganas de mandar el maratón de Donosti y los entrenos y todo lo demás al garete, todo debe seguir. Cuando corra Donosti, cuando me falten las fuerzas, pensaré en mi prima Reme y en esa imagen que tenía de mí: un tío mentalmente fuerte que consigue todo lo que se propone. Como me dijo una de sus compañeras de trabajo: ella va a seguir con nosotros, ella viene con nosotros. Pues que venga, mis zapatillas dan para los dos.
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