El diario de un outsider residente en los arrabales del trimundo

martes, 23 de octubre de 2012

I Triatlón MD Cabo de Gata: la crónica de mi primer media distancia

El aprendiz de triatleta, contento por graduarse en tri
Tanto entrenamiento acumulado desde julio, tanto escribir por aquí, tanto compartir intimidades en Facebook o en Twitter, tanto #entrenosdeverano, #palante y #aporcabodegata, para, al final, acabar viendo salir el sol en la playa de San José y darme cuenta de que, ahora sí, llegaba la hora de la verdad. Tras unas semanas arrastrando entrenos, cansancio acumulado y alguna pincelada de duda metódica, me planté en el domingo 21 con un equipaje de deberes medio bien hechos, bastantes ganas y, sobre todo, mucho consejo y ánimo de gente que entiende, y mucho, de esto. Si hubo quien me dijo que me tocaba doctorarme en triatlón, no faltó quien presagió que en un media distancia me iba a dar tiempo a aprender mucho mientras moría y resucitaba sucesivamente y en unas cuantas ocasiones. En el equipaje con el que entré en boxes (y que luego recuperé en meta) llevaba trocitos de mi alma y de la de más gente, llevaba bien doblados.para que cupieran bien, paisajes de verano (la SG-500 y sus águilas, ya sabéis), reflejos clorados de varias piscinas, recuerdos de pisadas y huellas variadas. Llevaba también mi ADN de corredor de fondo, mis esfuerzos, mis ilusiones. Y así, con la bici ya colocada y el mono puesto, saludé al sol y volví a caer en la cuenta de que había llegado el momento -como otro experto me comentó, había que agarrar el toro por los cuernos y honrar mis entrenos, mi esfuerzo y mi credo. No es de extrañar que cuando oí eso de triatletas, estáis a las órdenes del juez de salida y, a continuación, la bocina de salida, no tuviera apenas dudas de que esto lo tenía que hacer. Me lo debía a mí y a los trocitos de alma del equipaje.
Y las únicas dudas que tuve llegaron en cuanto me metí en el agua -tanto leer, tanto ilustrarme, tanta revista, tanto artículo, tanto libro y, al final, uno cae en lo más tonto. No había calentado ni probado el agua y, al empezar a nadar en el agua, que no estaba gélida pero estaba fresquita, me quedé por unos instantes sin respiración por el contraste de temperatura. Somos tantos, más de 300, que no me importa ir sin respiración -afortunadamente todo se resuelve en unos metros y, para cuando me quiero enterar, estoy en la primera boya. Boya y sube-baja tremendo. En el mar no hay oleaje pero un poniente de 15 nudos hace que haya un mar de fondo interesante. Tanto que creo que este el mar más mar donde he nadado nunca -enfilo hacia la segunda boya, que veo lejísimos, y cuando llego noto que hay una corriente también interesante. Paradójico pensar que el fondo se vea tan claro y, sin embargo, el mar tenga en sus adentros tal energía reconcentrada. El consuelo es que tiro hacia la playa -la mala noticia, que el recorrido es a dos vueltas y tengo que volver a enfrentarme al sube-baja y a la corriente por segunda vez. Qué le vamos a hacer, aquí no se ha venido a pensar, aquí hemos venido a actuar. En la segunda vuelta lo veo todo claro e intuyo la clave de la media distancia: esto es un ejercicio de paciencia y hay que irse poniendo pequeñas metas. Otra vez, primera boya. Otra vez,  la segunda. Otra vez, la corriente. Otra vez, hacia la playa. Chino, chano. Sin prisa, porque tampoco estoy en condiciones de tenerla. Para cuando salgo del agua caigo en la cuenta de que, aunque queda mucho, me he quitado lo que más temía. Enfilo para boxes, T1 muy tranquila, ánimos, calcetines, casco, zapas y bici.
Y, claro, allá que me voy a por el sector ciclismo. a sabiendas de que es un recorrido duro y que, con el poniente que pega, hoy va a ser más duro aún. Vuelvo a concentrarme en la clave del día: esto es cuestión de paciencia, sin duda. Pequeñas metas que, poco a poco, me llevan a Los Escullos, a La Isleta, y  que me dejan al pie de la Amatista. Rampón mítico y ánimos de gente que no termino de reconocer -una de las cosas que más me sorprendió del domingo es la cantidad de gente que me conoce por mi nombre y que me reconoce y me anima. Otra de las sorpresas: cuando estás metido en un media distancia agradeces los ánimos como agua de mayo, pero vas tan metido en la historia que te cuesta saber de dónde vienen esos ánimos... (En cualquier caso, gracias por los ánimos y perdón por los despistes fisonómicos, juas juas). Después de la Amatista y Rodalquilar, toca empezar la subida hacia Las Hortichuelas y hacia Fernán Pérez -voy conservador (por no decir justo) en la bici. El recorrido no permite coger ningún ritmo, te pones a 50 km/h unos 500m y te encuentras con un repecho que te frena de nuevo. Carretera hacia Agua Amarga, más ritmo, más velocidad -me cruzo con los que vienen ya de vuelta (qué fuerte está la gente, pienso al intuir las caras de todos los galácticos y asociados de la provincia). Me planto en Agua Amarga con una media de 28 km/h; no está mal, me digo. Para celebrarlo me cojo un gel del avituallamiento y me lo tomo; ahora empieza, sin duda, lo más duro. Poniente de cara y kilómetros ya acumulados en las piernas, una malísima combinación aderezada por un moqueo constante que me hace ir en unas condiciones bastante poco higiénicas (y poco dignas, a qué negarlo). Aun así, esto es cuestión de paciencia -paciencia que salpimiento con ratos de disociación y de disfrute del paisaje que, por si no lo sabéis, es impresionante en su belleza austera y seca. Y con paciencia se van recorriendo los kilómetros de vuelta y, con más paciencia, subo y resubo la Amatista de nuevo -y ahí está, desde la cima, el Mediterráneo saludando y dando ánimos. Bajada, últimos kilómetros y la Trek me lleva a San José: entrada en boxes con una media de 25.7 km/h. Me ha salido una bici regular. Con este pensamiento sobrevolando T2, me pongo las zapas de correr e intento salir lo más lanzado que puedo. Ahora debería empezar la diversión -como siempre me digo, esto es lo mío, así que a por ellos, que son pocos y cobardes. La gran sorpresa me la llevo en los primeros 5 kms; el circuito es atroz -esos primeros kilómetros consisten en una serie de rodeos por un barrio de San José, cuestas, rampas, rampones de tierra y asfalto a los que, por mucho que lo intento (y mira que me esfuerzo), no le encuentro explicación. Psicológicamente, bajarte de la bici y encontrarte eso para empezar, sin tener una idea precisa de cuándo vamos a coger el camino de Mónsul, es un desafío. Pero bueno, yo al menos voy corriendo -empieza la diversión (y no me imaginaba hasta dónde iba a llegar la diversión) y empiezo también a pasar a gente que va andando y totalmente derrotada. La organización del triatlón me resultó perfecta, de sobresaliente; sin embargo, creo que esto habría que replanteárselo para futuras ediciones -¿tienen lógica esos 5 primeros kms de cuestas? ¿tiene lógica la dureza de un recorrido por el mero hecho de hacerlo extraduro? ¿tiene lógica el hecho de que sólo un 25% de participantes corriéramos el sector de carrera a menos de 5'/km?. Disquisiciones aparte, me tomo un gel en el avituallamiento, salgo del atolladero y enfilo, por fin, el camino de Mónsul. El camino tiene un firme complicado para correr con zapas rápidas -pero bueno, no importa: yo voy adelantando gente y notando que no voy mal del todo. Genoveses, Mónsul, la Media Luna y Cala Carbón, un rosario de playas austeramente bellas. Paisaje volcánico, recuerdos de días de playa, tierra desértica que se va desplegando delante de mí y de todos los demás -paisaje que escupe, poco a poco, como si fuera lava,  las grandes verdades del triatlón: la primera, que es un deporte bello que nos pone a cada uno en nuestro sitio; la segunda, que hay que domarlo con paciencia; la tecera, que si conseguimos domarlo, nos irá revelando, a manera de recompensa, los misterios de nuestro cuerpo, entre otros, lo increíblemente poderosos que podemos llegar a ser si nos lo proponemos. En todo caso, alcanzo la mitad del camino, avituallamiento de agua y rumbo a meta. Sigo adelantando a gente -sigo disociando a ratos, intentando disfrutar del paisaje, pero el cuerpo me pide ritmo y concentrarme en lo que hago. Así que, del resto recuerdo poco: intento mantener un buen ritmo, llego a San José, me enfrento al sector cuestas con el máximo optimismo que me queda en el equipaje y, poco a poco, llego a meta -he hecho los 19 kms de la carrera a 4'48''/km. He hecho todo el triatlón en 5h28'46'' (aunque el tiempo oficial me suma 8 segundos más, no sé por que), soy el 167º de 316 llegados y el 31º de mi categoría. Los parciales son los siguientes:

agua 1900m: 46'04'' (a 2'25''/100m), puesto 275º
T1: 3'38''
bici 80km: 3h06'23'' (a 25.75 km/h), puesto 229º
T2: 1'38''
carrera 19,2km: 1h31'11'' (a 4'48''/km), puesto 53º

Pero los números, en este caso particular, importan poco. Desde mi entrada en meta, estoy contento de haber honrado mis entrenos. Pero más que nada, estoy contento de haber aprendido y confirmado cosas en esas casi cinco horas y media -que soy capaz de seguir en esto, que he domado al triatlón y a la gata del Cabo, y que tanto el cuerpo como el triatlón son, casi siempre, agradecidos con los esfuerzos que les dedicas. También, que hay mucho de fortaleza mental y de paciencia, tanto en un triatlón como este como en todo el proceso que te construye como triatleta. Además, estoy contento de haber llegado a meta con el equipaje intacto con el que salía a las 9 de la mañana: ya sabéis, la mochila en que iban trocitos de mi alma, trocitos de almas ajenas y consejos, cariños y ánimos varios de quienes han estado (o ya no están) a mi alrededor en los últimos meses.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Que fuerte eres!!!!!!!!! y tu sabes que no me refiero a esos tiempos que mides hasta el último segundo.

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  2. Bueno, Carmen, si he aprendido algo en esto es que el triatlón, al menos como yo lo entiendo, es un ejercicio de fortaleza mental. Sin cabeza no hay nada de esto. :-)

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