Sí, sin duda lo de Lance Armstrong el fin de semana pasado tuvo algo de épica: te puede gustar más o menos como deportista, pero tras vencer al cáncer, dejar el ciclismo y dedicarse en serio al triatlón, ganar el medio Ironman de Florida tiene su aquel. Debe tenerlo, sí (nunca he ganado un Ironman 70.3 ni lo voy a hacer). Lo que pasa es que esta entrada no está pensada para mayor gloria de Armstrong: está pensada para mayor gloria de la gente normal, los populares. Después de todo, un pro se dedica a esto -tiene su horario, su equipo de especialistas (que si entrenador, que si fisios, que si nutricionista, que si patrocinadores, que si siestas y descanso estructurado -una situación ideal, vamos). Así, se puede, sí. Pero ¿qué pasa con los deportistas populares? El fin de semana pasado pasaron muchas cosas en el deporte popular, protagonizadas por gente que conozco, que me convencieron de que lo que hace un popular vale más que lo que hace un pro. Es mi opinión -muy discutible, pero ahí está.
Y, yendo por partes, el fin de semana pasado lo que ocurrió fue esto: temporal en la Península, lluvias en el Norte, los 10000 del Soplao, Zegama, el Bilbao Triathlon, la Media Maratón de Donosti, el Ironman de Lanzarote, viento de Poniente en Almería... Y todo esto dio mucho juego: sí señor. Ahí tenemos a gente de película que se dispuso a embarrarse hasta las cejas a bordo de una bici de montaña o sobre unas zapas de trail, ahí tenemos a gente que no pudieron terminar porque la cabeza no se lo permitió o porque no llegaron a un control a causa de las inclemencias; ahí tenemos a personas entusiastas que terminaron merecidamente su primera media maratón bajo la lluvia donostiarra; ahí tenemos a gente que estaba mosqueada porque estaban hartos de viento o porque no podían entrenar por el catarro y la congestión; ahí tenemos también a gente que terminaron su segundo medio Ironman en 6 días bajo condiciones climáticas bastante poco propicias, lejos de los focos de Florida y casi sin despeinarse; ahí tenemos a padres de familia que no pueden con las piernas tras bestiales semanas de carga que llevarán a una meta en la isla de Manhattan; ahí tenemos a corredores barefoot que rememoran el Ironman de Lanzarote del año pasado con la misma naturalidad con que lo finalizaron y sin grandes aspavientos. Ahí estoy yo también, haciendo lo que puedo: gastándome una pasta en un estudio biomecánico que me coloque en la bici de tal manera que pueda aspirar a medios ironmanes y a proezas varias; haciendo series en la piscina, series que no merecen llamarse series (devanándome la cabeza para encontrar la piedra filosofal de mi atasque acuático); buscando fechas de triatlones como un poseso para quemar, por fin, esta fase 1 del primer escalón del aprendizaje... Buscando fechas y encontrándolas: un combinado de 4 fines de semana seguidos que puede o no puede llegar a producirse: sprint de Marbella, sprint de Cartagena, sprint de Almería y... ¿olímpico de Málaga?
En cualquier caso, todas estas aventuras y desventuras (toda aventura es el reverso de una desventura, probablemente) vuestras, de otros y otras deportistas populares, mías también, dan cuerpo a esa épica popular de carne y hueso, de sudor y lágrimas, de luces y de sombras. Y estas aventuras y desventuras tan épicas las aguanta el cuerpo y el cerebro por una sencilla razón: nos gusta lo que hacemos. No hay mejor receta de motivación para cuando las cosas pinten regular, mal o directamente en bastos: si recordamos que hacemos esto porque queremos y nos gusta, todo irá bien. Y, por cierto, hacer esto por gusto es uno de los grandes lujos de la vida. No perdamos eso de vista. Hasta aquí llegamos hoy: un saludo, en especial a quienes estuvisteis compitiendo en el barro, bajo la lluvia y el frío; a quienes entrenasteis contra el viento y a quienes hayáis tenido algún asomo de duda sobre por qué hacer esto. Siempre adelante.
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Eres un crack!!!
ResponderEliminarCuanta razón tienes!