El aprendiz de triatleta con su padre |
Como el lector sabe que está delante de un blog deportivo-intimista, seguramente perdonará el raro detalle de comenzar la crónica de un trail con una foto que, a primera vista, poco tiene que ver con la carrera. El lector, la lectora también, perdonarán el retraso -sobre todo cuando sepan que entre el 4 de marzo en que corrí el trail y el día de hoy murió mi padre. Dicho así, de manera tan rotundamente breve, la cosa impacta como algo complicado y tremendo -pero estos días he vuelto a confirmar que el más grande misterio de la vida poco tiene de misterio y de complicación. Más bien impresiona por la simpleza incontestable del hecho desnudo de la muerte: ya sabéis, estar y luego ya no estar, así de sencillo. Lo rocambolesco, lo misterioso y lo difícil está en lo que viene después, en aceptar y en reconciliarse con la idea de vivir sólo con el recuerdo y no con la presencia. En todo caso, no os preocupéis: no es mi intención escribir un ladrillazo de pseudo reflexiones al hilo del sentido de la vida o de la muerte. Para eso ya hemos tenido decenas de filósofos y de artistas. Aquí, el aprendiz de triatleta (hoy, huérfano) os viene a contar, sobre todo, cómo vivió una carrera que, sin duda, fue diferente.
El trail
Tan amigo de buscar los tres pies a los gatos de mis carreras, esta se sale por lo diferente que fue. Hubo mucho del rito y del reto, como siempre: hubo madrugón intempestivo, hubo preguntas metafísicas (ya sabéis, pero ¿qué hago yo otro domingo levantándome para ir a sufrir a un pedazo de carrera como esta?), hubo estiramientos y calentamiento previos, hubo saludos y charleta. Conociendo cada vez a más gente en este mundillo de madrugadores sufridores, también aprecio cada vez más ese lado social del deporte: ese entramado de caras conocidas, de complicidades y de redes -ahí estábamos todos, cada uno con sus objetivos y sus particulares ilusiones: esa admirable Trini, ese Antonio artista, esa gente que acabo de conocer por el triatlón, ese comandante Triwars, ese Santi barefoot, ese ejército de Qs, ese Antonio seguidor de este blog con saludo en la línea de salida y en la de meta incluidos, esa gente que vas conociendo a lo largo del recorrido... Porque claro, también hubo recorrido: 29 kms épicos por un terreno asombrosamente bonito y lleno de un verde mágico teñido de varicas de San José, esas flores que en esta época inundan el campo de Almería. Hubo también su pajarón tremendo: como últimamente estoy haciendo poco kilometraje de carrera a pie, allá por el kilómetro 20 me pillé un globazo que medio conseguí despistar con un gel. En fin, el trail tuvo las cosas de otros años.
Lo novedoso fue que mi padre había salido de una visita a urgencias el día anterior. Pequeña infección respiratoria sumada a su insuficiencia cardiaca. En todo caso, presiento lo que no quiero presentir, pero el trail me hace jugar a pensar que la primavera y todo lo luminoso del Cabo actuarán, como tantas otras veces, de talismán anti-presagio. Desde el sábado sé que voy a correr la carrera por y para mi padre; pensando en él y, a partir de ese kilómetro 20 y de ese gel, yendo en plan kamikaze. A por la línea de meta porque yo soy así de cabezón y porque, en estos años, he aprendido a sufrir en las carreras. Y sí, me encuentro a tope de cardio pero las piernas dan lo que dan. Es curioso que todo el mundo con quien hablé coincidiera en que este trail ha sido mucho más duro que los anteriores: sería la temperatura, la sequedad de todo el recorrido, el paso de un año más... Fuera lo que fuera, a partir del Pozo de los Frailes, la cosa es un verdadero acto de fe. Estoy deseando entrar en el asfalto del casco urbano de San José. Afortunadamente, ahí estaba la meta: entro en 2h11'15'', tiempo oficial, 27º de la general y 2º de mi categoría. Esa es otra de las diferencias por las que esta carrera pasará a mi particular historia: mi primer trofeo. Como sospecharéis, nunca antes había quedado en posición de ganar un trofeo y, no lo puedo negar, me hizo ilusión y gracia. Gracia que, entrando en meta con unas sensaciones tan poco finas, ganara un trofeo. Tan amigo de los teatros y de las celebraciones simbólicas, terminé mi primera carrera con trofeo con un baño en el mar. Un baño que quería seguir limpiando los presagios de lo inevitable.
Homenaje
Mi padre murió dos días después de la carrera. El domingo también le hizo una ilusión tremenda el tema del trofeo cuando se lo conté por teléfono. Me preguntó si era de plata y yo le dije que no, que era de cerámica de Níjar. Mi padre tenía 88 años y pertenecía a una generación para la que el deporte no era ni siquiera una cuestión de minorías privilegiadas: para la generación de mi padre, el deporte estaba todavía asociado a unos pioneros locos que hacían proezas con sus cuerpos y con sus lágrimas y con sus sacrificios titánicos. Por eso, siempre que me preparaba para ir a correr o salir en bicicleta y él presenciaba los rituales previos, me miraba con una mezcla de admiración, respeto y temor. Porque, eso tampoco lo puedo olvidar, siempre pensó que tanto deporte no podía ser bueno: pero hijo mío, si a mí me parece bien que hagas deporte pero yo creo que haces demasiado. Los fantasmas de un problema cardiaco o de cualquier muerte conectada a mi frenético ritmo deportivo de los últimos años siempre puntuaron esa mezcla de admiración y orgullo hacia su hijo el pequeño. Mi padre siempre me preguntaba qué distancia había corrido o iba a correr en un entreno; con su habitual tono de ironía y de cariñoso y castizo humor siempre me decía que corriera la mitad por él. También me preguntaba cuántos kilómetros tenían las carreras que iba a correr. No es de extrañar que el sábado me dijera que los 29 kms del trail le parecían muchos; la verdad es que a mí también me lo parecieron y que fue gracias a él que los terminé con ganas. El domingo por la tarde, contándole los pormenores del trofeo se llenó de alegría y me dijo algo que no se me olvidará: ahora que has ganado uno, tienes que seguir... Fue ahí donde comprendí que el orgullo que sentía había vencido a sus miedos. Estos días he comprendido yo también lo que es el orgullo de haberlo tenido como padre -un hombre cariñoso lleno de historias, palabras y ternura...
Ahora seguirán las varicas de San José, los nacimientos, los días y las lunas, los trinos y los besos. Ahora seguiremos. Y seguirán las carreras, y los triatlones y lo que tenga que venir. Y me acompañarán siempre esas palabras para darme fuerza: ahora que has ganado uno, tienes que seguir...
Amigo siento mucho lo de tu padre!!Yo pase por eso hace ya casi 13 años y se lo duro que es!!! Aunque ahora no tenga demasiada importancia enhorabuena por tu primer trofeo y seguro que iran cayendo mas!!Un abrazo y a seguri luchando en la vida y en el deporte!!!
ResponderEliminarQuerido David,me gusta mucho la foto con la que inicias la entrada y te equivocas cuando dices que nada tiene que ver con la carrera.
ResponderEliminarYo en cambio veo que cualquier persona con un poco de intuición, adivina que es una foto que presagia tus "carreras".
Esa boquilla apretada y esos ojos que se fuerzan a mirar lejos, en los que ya se adivina que no te piensas conformar con lo que ves a simple vista y que tú piensas llegar más lejos.
Pero sobre todo me gusta la mirada de tu padre, él, si mira hacia adentro y te habla a la vez que te sujeta con la fuerza de quien no piensa dejar nunca que caigas.
No dudo de que no será tu único trofeo, porque a tesón y trabajo no te gana nadie y seguro que tu espíritu de mejora conseguirán que veas alguno más.
Y ahora ya se de donde vienen, y esas voces y esas miradas y esos "tienes que seguir", esos viven para siempre.
Gracias por los ánimos, Moncho -un abrazo fuerte desde Almería.
ResponderEliminarY a ti, Carmen, ¿qué te puedo decir? Gracias por entenderme tanto siempre y por estar ahí.
Lo siento compañero, seguro que sus últimas palabras te darán mucha fuerza en estos momentos tan tristes para ti.
ResponderEliminarMuchas gracias, Francis. Seguro que sí: yo soy muchos de palabras y tal, así que esas seguro que me dan siempre fuerza. Un saludo.
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