Cómo pasa el tiempo! Otra vez con las uvas compradas para celebrar la Nochevieja, otra vez en el rincón de pensar aireando neuronas. Sí: termina 2011. Un año deportivamente intenso, con un total de 368 horas de entrenamientos (sin contar pesas, abdos y estiramientos) y con los siguientes números:
swim: 271.000 metros
bike: 859 kms
run: 2255 kms
El año en que más metros he nadado en mi vida y, probablemente, el año en que menos he competido. Pocas carreras y muy elegidas: este, sin duda, ha sido el año de los entrenamientos y de mi debut en triatlón. Tres triatlones sprint con desiguales resultados pero con la sensación compartida de que esto, deportivamente, es lo que me gusta -no sé si puedo decir que este año me he convertido en triatleta, me he metido más de lleno en el triatlón o he seguido simplemente triatloneando. Para gustos y denominaciones y concepciones triatléticas, colores. En todo caso, es igual: lo importante es que he completado un ciclo y ahora comienza otro. De continuidad, de mejora o de empeoramiento, sólo lo podremos saber con el tiempo. Ha sido también, no se me puede olvidar mencionarlos, el año del CN Bahía de Almería, un colectivo acogedor en que me he empezado a integrar y con el que he comenzado a entrenar el arte de la natación en serio.
Con todos esos números (muy criticables en el sector bicileta, sin duda) y con esos tres sprints flamantes en el palmarés, podría haber afrontado el último sector del año de manera optimista y pletórica -por circunstancias de la vida extradeportiva y también de la deportiva, el mes de diciembre ha sido, sin embargo, un viaje a los infiernos. Los malos pasos del cerebro, la manía esta mía de darle más vueltas a la cabeza de lo necesario, han logrado que me sienta el último eslabón de la cadena no sólo del deporte mundial sino incluso del deporte de mi barrio. Y claro, así soy yo: o bien voy con la quinta metida y me siento el máquina más máquina de los máquinas, o bien meto marcha atrás y me siento lo peor de lo peor. Dando marcha atrás estábamos estos últimos tres días, con solitarias sesiones de natación en la piscina de Los Cantos y entrenos por el Parque Polvoranca, cuando encima de todo me resfrío. Así, esta mañana, y aquí empieza la crónica de la XXX San Silvestre de Getafe, me he despertado con una congestión interesante y con muy pocas ganas de correr carrera alguna. Afortunadamente, he entendido todo enseguida y, sin ser muy consciente de ello, he tirado para Getafe dispuesto a echar el resto...
La San Silvestre de Getafe es una clásica del calendario madrileño: no tan conocida como la Vallecana, se celebra por la mañana del día 31 y tiene algunas peculiaridades interesantes, por ejemplo que los ganadores reciben como premio su peso en langostinos... Una San Silvestre de barrio, pero muy consolidada a nivel de organización y clubes: una carrera donde se puede ver a gente muy potente y muy veterana -las típicas caras de esos runners que llevan décadas de épica popular. Una mañana muy fría, 1-2ºC, y salgo del metro para recoger el dorsal y para encontrarme con Vidal: Vidal es un amigo que hace carreras de montaña y ultrafondo, la caña. Nos hemos puesto al día y nos hemos contado las cosas que nos preocupan y nos gustan de lo que hacemos. Con la cháchara nos ha dado tiempo justito para calentar y, después, la cosa ha sucedido como siempre sucede: calentamiento, achuchones en la multitud de la salida y pistoletazo... Como tantas veces, he oído esa voz interior de tonto el último y me he dado cuenta de que había ido a Getafe a lo que había ido, a por un chute de endorfinas que me ayudara a terminar el año en clave de optimismo. Y el chute ha llegado: a pesar de mis estúpidas dudas, he hecho una carrera a mi mejor nivel. Se trataba de eso, de correr y reventar, y eso he hecho: primeros kilómetros zafándome del grueso de 1500 corredores (increíble que la gente que quiere llevar ritmos de 5' por kilómetro se ponga en las primeras líneas de la salida), consolidando ritmo y, una vez que la cosa estaba más o menos definida, haciendo grupo con unos cuantos que seguramente perseguirían el mismo chute de endorfinas que yo. Veo que el cuerpo aguanta, que me he olvidado del resfríado y que, aunque voy corriendo con malla larga y con un paquete de klínex en la manga, voy. Por lo menos hasta el km 7, momento en que me da un flatazo del quince -decido ignorarlo (qué poderosa es la mente cuando se propone ignorar cosas) y sigo con mi lema: corre y revienta al mismo tiempo. Al final entro cómodamente en los dos últimos kilómetros, reflexionando sobre la cantidad de gente que veo con monos de clubes de triatlón y sobre el nivel tan alto que están alcanzando las carreras populares en España: última cuesta, giro a la derecha (ironías de la vida) y entrada en meta en 39'18'' tiempo oficial, 39'07'' tiempo neto, puesto 127º de 1397 llegados, 28º de mi categoría, ritmo de 3'54'' por kilómetro y 21 segundos menos que mi mejor tiempo en esta San Sil. Siendo consciente de que no he conseguido ninguna proeza, la carrera me ha devuelto un poco el optimismo deportivo. Me ha demostrado también que todos los entrenamientos que hago me están sirviendo de algo. Poco más: aquí se queda esta crónica, aquí se queda 2011. 2011 ha muerto, viva 2012! Sólo me queda desearos un feliz año a quienes seguís este blog, a quienes me conocéis y a quienes compartís conmigo algunas de las chispas de la vida, deportiva o extradeportiva. Mucha fuerza!
sábado, 31 de diciembre de 2011
lunes, 19 de diciembre de 2011
TRI-BIRTHDAY 2011: triatloneando en mi cumpleaños
Ayer fue mi cumpleaños: cayeron una exageración de años -pero bueno, olvidémonos de las cifras porque, tal y como acabo de leer en el blog de Swimsmooth, no parece que la edad sea un factor tan limitador ("los tiempos de carrera muestran que no hay un empeoramiento relacionado con la edad, por lo menos no tan grande como se podría esperar"). Después de leer esto esta mañana, me he tranquilizado (juas juas) y aquí me tenéis, dispuesto a contar mi particular celebración de mi cumpleaños de ayer.
Desde el jueves o así tenía el barrunto de que me merecía una frikada de categoría y, ante la falta de infraestrucutra y de tiempo para correr la voz de un triatlón pirata, pensé en hacer un triatlón a mi manera a lo largo de todo el domingo 18. Se trataba de meter volumen de entrenos en una semana con tres días en blanco; también quería comprobar cómo van las cosas para hacer un olímpico y, lo más importante, quería celebrar. Y claro, como tengo claro que el deporte es algo así como una especie de puñetazo en la cara al paso del tiempo, mis entrenos de ayer se conviritieron en el TRI-BIRTHDAY 2011, una celebración no del triatlón sino de mí como deportista (juas juas, más risas en off).
La cosa empezó a las 10 de la mañana, en la piscina del Pabellón, con las cinco cañas de la noche anterior dándome todavía vueltas por las neuronas -allí que empecé, en una piscina casi vacía, mis 1500 metros: malísimas sensaciones, lento y torpe en el agua... El cloro intenta lavarme las culpas de las cervezas y la ilusión de que estoy celebrando intenta hacerme olvidar que la mañana del sábado me había metido 2200 metros de buen entrenamiento. En fin, que me voy a 40 minutos; me aclaro en la ducha y me instalo en T1 -me voy a casa a coger la bici, recupero con una mandarina, y a las 11.30 (menuda hora de salir en bici con las calles y carreteras llenas ya de tráfico dominguero) tiro para las Cuevas de los Úbeda: sensaciones normalitas, sin ningún problema pero sin ninguna chispa tampoco. Hay un viento raro, de ese que viene de todos lados y, al mismo tiempo de ninguno, que hace que la ida se haga un poco tediosa. Subo sin problemas, me doy la vuelta y logro tramos con más ímpetu... Al final, 53 kms en 2 horas 4 minutos. Me doy prisa porque a las 2 y cuarto he quedado para comer: comida de celebración que, tras la ducha, marca el comienzo de la T2. Una T2 larguísima, con más cerveza, ensaladas, lasagna, crêpe, chupitos de orujo, una buena siesta y una ingente dosis de pereza. Sin embargo, los compromisos son los compromisos y ahí que me marco mi carrera a pie: al final, sólo 8 kms (en vez de los 10 inicialmente previstos) a un ritmo normalito de 5' x km. Ganas de terminar y entrada en meta. Última ducha del día y a saborear la cena: qué hambre! No ha estado mal, contento de haber hecho una de mis burradas, nada contento con los tiempos de ninguna de las etapas. Pero, seamos justos: el día que haga mi primer olímpico espero no estar bajo los efectos de las cervezas ni de los orujos ni enfrentarme a un recorrido de bici de 400 metros de desnivel ni de 53 kms en vez de 40.
Por lo demás, con ganas de participar en un pirata en toda regla (el Medio IM Clandestino del fin de semana anterior me dio tanta envidia...). Así que, como habrá oportunidad de seguir dándole puñetazos en la cara a la edad y al paso del tiempo, no descarto nada para el futuro. Ahí nos quedamos.
Desde el jueves o así tenía el barrunto de que me merecía una frikada de categoría y, ante la falta de infraestrucutra y de tiempo para correr la voz de un triatlón pirata, pensé en hacer un triatlón a mi manera a lo largo de todo el domingo 18. Se trataba de meter volumen de entrenos en una semana con tres días en blanco; también quería comprobar cómo van las cosas para hacer un olímpico y, lo más importante, quería celebrar. Y claro, como tengo claro que el deporte es algo así como una especie de puñetazo en la cara al paso del tiempo, mis entrenos de ayer se conviritieron en el TRI-BIRTHDAY 2011, una celebración no del triatlón sino de mí como deportista (juas juas, más risas en off).
La cosa empezó a las 10 de la mañana, en la piscina del Pabellón, con las cinco cañas de la noche anterior dándome todavía vueltas por las neuronas -allí que empecé, en una piscina casi vacía, mis 1500 metros: malísimas sensaciones, lento y torpe en el agua... El cloro intenta lavarme las culpas de las cervezas y la ilusión de que estoy celebrando intenta hacerme olvidar que la mañana del sábado me había metido 2200 metros de buen entrenamiento. En fin, que me voy a 40 minutos; me aclaro en la ducha y me instalo en T1 -me voy a casa a coger la bici, recupero con una mandarina, y a las 11.30 (menuda hora de salir en bici con las calles y carreteras llenas ya de tráfico dominguero) tiro para las Cuevas de los Úbeda: sensaciones normalitas, sin ningún problema pero sin ninguna chispa tampoco. Hay un viento raro, de ese que viene de todos lados y, al mismo tiempo de ninguno, que hace que la ida se haga un poco tediosa. Subo sin problemas, me doy la vuelta y logro tramos con más ímpetu... Al final, 53 kms en 2 horas 4 minutos. Me doy prisa porque a las 2 y cuarto he quedado para comer: comida de celebración que, tras la ducha, marca el comienzo de la T2. Una T2 larguísima, con más cerveza, ensaladas, lasagna, crêpe, chupitos de orujo, una buena siesta y una ingente dosis de pereza. Sin embargo, los compromisos son los compromisos y ahí que me marco mi carrera a pie: al final, sólo 8 kms (en vez de los 10 inicialmente previstos) a un ritmo normalito de 5' x km. Ganas de terminar y entrada en meta. Última ducha del día y a saborear la cena: qué hambre! No ha estado mal, contento de haber hecho una de mis burradas, nada contento con los tiempos de ninguna de las etapas. Pero, seamos justos: el día que haga mi primer olímpico espero no estar bajo los efectos de las cervezas ni de los orujos ni enfrentarme a un recorrido de bici de 400 metros de desnivel ni de 53 kms en vez de 40.
Por lo demás, con ganas de participar en un pirata en toda regla (el Medio IM Clandestino del fin de semana anterior me dio tanta envidia...). Así que, como habrá oportunidad de seguir dándole puñetazos en la cara a la edad y al paso del tiempo, no descarto nada para el futuro. Ahí nos quedamos.
domingo, 11 de diciembre de 2011
Humildad... y paciencia
Paciencia y barajar, amigo Sancho. Pareciera que esta frase la hubiera escrito Cervantes pensando en futuros aprendices de triatleta. Y no lo digo sólo porque el triatlón tiene mucho de quijotesco, sino porque esta semana ha sido, cuando menos, rara: plagada de días de fiesta, un puente, un lunes que no era lunes y dos días que no lo eran y que sin embargo funcionaron como tales. Para colmo, he empezado mi plan de ajuste de entrenos y, aunque todo ha quedado en una especie de entrenus interruptus (las sorpresas del viento, la pereza de las mañanas de invierno, el estrés del trabajo acumulado y acumulándose, el cansancio, las cervezas y comidas de diciembre han tirado por tierra algunas de las sesiones planificadas), a pesar de todo eso, esta semana ha marcado una especie de punto de inflexión. Un par de días nadando (uno con los Bahía, uno por mi cuenta), tres días de carrera a pie (sí, sólo tres, ahí va uno de los cambios), y dos días de bicicleta (sí, por fin dos días: dos días que debían ser tres pero que no están mal después de muchos meses haciendo tan sólo intentos de un día a la semana con la Trek). ¿Por qué punto de inflexión? Porque de repente, por muchas cosas, uno se da cuenta de que le queda mucho muchísimo por delante como aprendiz de triatleta. He escuchado muchas voces esta semana, voces internas, voces externas, que me han recordado que el triatlón es duro, muy duro. He escuchado a mis piernas corredoras, que continúan adaptándose, como pueden, a aguantar carros y carretas, aletas y cadencias... He visto con mis propios ojos cómo está el patio y cómo estoy yo -y el resumen es que me he recetado seguir chino chano con mi plan de mejora, ya sabéis: mejorar en el agua, hacer kilómetros de bici, mantener con lo justo mi forma de carrera a pie... Y, también, punto de inflexión en mi manera de pensar, he añadido un objetivo o dos más al plan: ni estresarme ni compararme con nadie más. Que cada uno es cada uno y, ya que las travesías del desierto se hacen mayormente en solitario, si uno se compara todo el rato con lo que hay por ahí y pierde la noción de uno mismo, se corre el riesgo de convertir el triatlón en una tortura psicológica. Y no, hasta ahí podíamos llegar, no estoy dispuesto a ser carne de psicología deportiva... En resumen: unas semanas pintan gloriosas y otras pintan un poco más grises; y así, en tonos grises, sucedió esta semana y así se la hemos contado. La semana que viene tocará ver todo desde la óptica optimista que me caracteriza para volver a apreciar los proyectos ilusionantes y divertidos que tengo en el camino. De momento, en esta noche de domingo, paciencia y barajar.
sábado, 3 de diciembre de 2011
Inspiración
Ya sea porque a veces necesitamos algo de inspiración para seguir motivados, ya sea porque hacer deporte o contemplarlo como espectadores nos inspira para ser mejores personas o para vivir mejor. Sea por lo que sea, el deporte es inspiración. En este fin de pretemporada, en que empiezo a delimitar objetivos concretos, no puedo evitar tener que recurrir a la inspiración que me motive y me ayude, por ejemplo, a hacer la pirámide de fartlek que me toca hoy. No puedo evitar, tampoco, recurrir a la inspiración para motivarme cuando los objetivos van teniendo un nombre y algunos apellidos -ahí van algunos: la San Silvestre de Getafe, a Carrera Popular de El Alquián, la Media Maratón de Almería, mi primer triatlón olímpico, y, por qué no, la Quebrantahuesos. Este último es un pedazo de objetivo, sí señor, un objetivo con nombre y apellidos que se me ha plantado en el camino así como quien no quiere la cosa, gracias a mi amiga Nines.
Para lidiar con los desánimos que, aunque algunos no se lo crean, tengo cada dos por tres, ahí arriba va un pedazo de video para motivarse e inspirarse. Tres quintales de belleza, tres quintales de inspiración, tres quintales de explicaciones: las caras que aparecen en el clip me han vuelto a explicar hoy el por qué de las cosas. El por qué empezó todo y el por qué continúa. Para cuando la necesitéis, ahí arriba tenéis, gracias al amigo Vidal, esta joya de la motivación.
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