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Terminando el rito anual. |
Cuando uno plantea una carrera como un rito de paso anual hacia la primavera y, además, la convierte en una cita con la memoria de su padre, con la memoria de sus músculos y con las arenas que nos van llevando por el mar de la vida, las cosas tienen que salir, por fuerza, bien. El Trail de Cabo de Gata es una de esas carreras que repites, año tras año, porque tiene un recorrido de una belleza paisajística excepcional; también porque el campo del Cabo de Gata está, en estas fechas, pletórico de vida y verde y flores y, justo cuando uno está harto ya de invierno y de humedades y de vientos de poniente fríos, se aferra a esta fecha del calendario aunque sólo sea por decir que la primavera está llegando y seguimos, un año más, haciendo deporte y compitiendo y esforzándonos y entrenando y perdiendo la cabeza por estas cosas. La carrera se ha cargado de más significado para mí porque, dentro de tres días, hara un año de la muerte de mi padre. Con semejante paisaje mental (un poco barroco, lo reconozco) me plantaba esta mañana en Rodalquilar: mañana fresca y nublada con un poco de viento de levante que ha dado la bienvenida a los aproximadamente 350 participantes de esta edición. El Trail se ha consolidado en el calendario de carreras del sureste y, a pesar de los 30 euros de inscripción, tiene bastante aceptación. La organización es buena, aunque este año ha habido una cosa que no me ha gustado nada: coches circulando sin control (a mi paso he coincidido con dos, uno de ellos sin ningún respeto a los participantes) por la zona de Los Albaricoques. Detalles así desmerecen un poco la imagen de la prueba.
Con semejante paisaje mental y después de calentar muy poco y de socializar bastante más (cómo me gusta charlar en las carreras: antes, durante y después), toca adentrarse en los paisajes protagonistas del circuito. Tras unos primeros kilómetros que se pueden asemejar a una carrera de montaña, el resto del trail se desarrolla por un terreno nada técnico, entre cortijos, pitas y flores -este año han tocado las amapolas; parece que las varicas de San José se están retrasando esta vez.. Hago el primer kilómetro a 4'; el resto es harina de otro costal: toca una subida bastante pesada por una vereda en la que, quieras o no quieras, te atascas, tanto por el desnivel como por el tapón de corredores. A partir del kilómetro 5, la cosa vuelve a parecerse a una carrera más normal: tan sólo hay que dosificarse por el kilometraje y tener un poco de cuidado con el terreno de piedra suelta o rambla. Me instalo en un ritmo más o menos aceptable: voy sin GPS y, además de hacer todo tipo de cábalas sobre ritmos y tiempos (me pregunto si podré hacer mejor tiempo que el año pasado: me lo pregunto y me da rabia la opción de no hacerlo puesto que, después de todo, esta carrera es una especie de homenaje), pienso en mi padre y también en las molestias que llevo en el aductor derecho, que noto en cuanto que tengo que hacer alguna subida, bajada o giro repentino para evitar piedras. Voy un tramo con un corredor de Alicante, otro tramo con un corredor de Jaén que ha traído un ejército de animadores que para mí lo quisiera. Vamos charlando. Intento disfrutar con el paisaje y un retazo de olor a jara me invita a centrarme en las sensaciones de otros años. Sin embargo, entre los nublados, el aductor y la presión del tiempo, noto que, en esta carrera en que nada podía salir mal, hay algo que está fallando: las sensaciones. No voy a gusto -no es cuestión de cardio, es cuestión un poco mental y un poco de piernas. Una mezcla rara. Entre los kilómetros 17 y 21, toca el tramo de unos 4 kms de rambla. que, será por las lluvias recientes, no me resulta tan pesado como otras veces. Me centro en correr bien por los tramos más llanos y en decidir en qué momento tomarme el gel que llevo: avituallamiento del kilómetro 21 y gel para adentro (por cierto: qué poco civismo y qué guarra es alguna gente -¿cómo se pueden tirar los geles por el campo así, más cuando se ha advertido que corremos por un parque natural?). Quedan 8 kms de terreno fácil con algunos repechos que, al final del recorrido, pueden jugar malas pasadas. El corredor de Jaén se queda en Los Escullos y, al relevo, aparece el amigo Christian, con el que, bromas y tiras-y-aflojas de por medio, me mantengo hasta el final. Parece que el aductor se ha calmado un poco: seguimos sumando. Todas las piedras suman: todas las veredas, todas las matas, todos los senderistas que pasamos restan metros para el final. El Pozo de los Frailes y paso hacia los últimos 3 kms: últimos repechos por pista cómoda. Parece que vamos centrados en correr a buen ritmo. Por fin, túnel bajo la carretera y acceso a la rambla de San José: me acuerdo de los boxes del MD, me acuerdo de otras ediciones y, viendo el reloj, me pongo a correr como si se acabara el mundo y como si en el mar se encontrara la misma esencia de la vida.. Veo que puedo, y quiero, hacer aproximadamente el tiempo del año pasado. Meta y, al final, 2h11'05'', justo 10 segundos menos que el año pasado y a ritmo de 4'35''. Peores sensaciones, mucho peores: eso sí. Puesto 30º y 6º de mi categoría, para una carrera de 28,6k y 492m de desnivel positivo. La sensación de los deberes hechos, del deber cumplido, de la cita con mi sangre y con mi memoria muscular llevada, relativamente, a buen puerto a pesar de las malas sensaciones.
Tras la carrera, la paella organizada por la organización y más socialización: charla, impresiones, risas. Sin duda, una de las mejores cosas que lleva aparejado esto del deporte popular es la cantidad de gente maja con la que te vas encontrando en el camino. Gente del triatlón, gente del Tri-UAL, gente de otras carreras, gente de Twitter -allí hemos estado todos, formando parte del rito otro año más.