Salvavidas en la ciudad perfecta para correr |
El caso es que en estos días sin aparecer por aquí he estado en Estocolmo. Y, claro, de visita en una de mis ciudades favoritas no he podido dejar de correr por el Djurgården y disfrutar así de un entorno que invita a hacer deporte. Como novedad frente a otra estancia previa en la ciudad, esta vez he nadado en el lago Mällaren y en la piscina olímpica de Eriksdalsbadet. Un viaje a Estocolmo, un lujo para la vista y para la mente: da mucho que pensar cómo la naturaleza está perfectamente integrada en la ciudad -da mucho que pensar cómo la actividad física está integrada en la vida diaria de los suecos (uso urbano de la bicicleta, acondicionamiento peatonal de espacios, infraestructuras deportivas, disfrute constante del aire libre). Da mucho que pensar volver desde Suecia a nuestro país en ruinas, donde, a partir del 1 de septiembre, subirá el IVA de las actividades deportivas y donde, no sé por qué, me da la impresión de que el deporte, más que algo relacionado con la salud y los buenos hábitos y la higiene vital, sigue siendo un tema relacionado con la imagen, con la moda y con el estatus económico y social.
Pero bueno, no quería ir yo tan lejos con mis reflexiones de hoy. Quería quedarme más cerca. Y es que el viaje, y este verano en general, me están dando mucho material para la auto-reflexión. Y lo último que estoy pensando estos días me ha llevado a una conclusión interesante y peligrosa al tiempo: que no sé descansar. Cuando uno hace la maleta de vacaciones pensando en correr y nadar, cuando se lleva el neopreno, las gafas y el gorro, las zapas y combinaciones para todas las temperaturas posibles, la historia raya el frikismo más friki -desde luego, para mucha gente ajena a esto, raya en lo ridículo. He oído y leído muchas veces que esto del triatlón es un verdadero estilo de vida que condiciona y marca, a menudo para siempre, la existencia de quienes lo practican (algunos ejemplos que me vienen a la cabeza sin pensar mucho: ahí está la historia de los tatuajes, de los viajes anuales a completar el inventario de Ironman habidos y por haber, de los círculos de amistades y conocidos organizados en torno a este deporte, de las marcas fetiche, de los nombres míticos, del estilo de vida tri). Y muchas veces me he preguntado estos días, ¿qué será de mi si sigo con esto? ¿qué será de mí si algún día atravesara la frontera Ironman? ¿qué acabaré metiendo en la maleta? ¿con qué tatuaje acabaré en la pantorrilla o en el cerebro?
Pero a lo que de verdad voy -no hay duda de que enriquece mis viajes ver las ciudades y los países desde unas zapatillas, como llevo haciendo en los últimos años. Mi visión de Estocolmo, pero también de Londres, de NY, de Copenhague, de Vilnius, de Amsterdam, de Barcelona, de Oslo, de Gotemburgo, de tantos otros sitios, es diferente y más compleja por el mero hecho de haberlas pateado a ritmo de 4'40''. Mi experiencia de Estocolmo estos días ha sido más placentera por haber nadado en un lago allí donde está a punto de unirse al Báltico y por haber podido nadar en una piscina olimpica (y haber podido aprovechar para contrastar cómo funcionan las piscinas cubiertas en Suecia: ¿sabéis que casi nadie usa gorro?).
Vale, experiencias más ricas, endorfinas, satisfacción y segregación de sustancias químicas casi alucinógenas en el cerebro. No debería haber ningún problema, entonces. Sin embargo, aquí el hombre de las mil caras, de los prismas y de las dudas acaba con preguntas demoledoras: ¿no debería descansar totalmente de vez en cuando? ¿es adecuado contemplar el mundo y la realidad a través de la actividad física y, en concreto, del triatlón? Dos preguntas para no dormir que seguro se os han pasado alguna vez por la cabeza, aplicadas a vosotros mismos o aplicadas a otras personas. Aquí nos quedamos hoy.
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