El diario de un outsider residente en los arrabales del trimundo

sábado, 19 de diciembre de 2009

40 añitos: resoluciones de cumpleaños y día regional del triatlón

Tras dos semanas sin aportar nada nuevo por aquí retomo el asunto. Tras la crónica de Maradonosti, tras la euforia de los días posteriores, llegó el vacío postmaratón: un síndrome bien documentado en la literatura especializada. Después de 16 semanas de ilusiones y de trabajo estructurado, terminar el maratón y abandonar el programa de entrenamiento te deja un gran vacío mental y vital. El problema es que, al menos en mi caso, el cuerpo se queda como fuera de juego: por un lado, quieres continuar con los entrenos (al menos retomar la rutina premaratoniana de los 4 días de carrera); por otro lado, el cuerpo y la mente no te responden lo suficiente. Está uno cansado. Con molestias en la rodilla izquierda (la cintilla iliotibial o el tensor de la fascia lata o vaya usted a saber). Con las pulsaciones por las nubes todavía. Es una especie de quiero y no puedo que, después de las 16 semanas de preparación y de la euforia de terminar el maratón con un buen tiempo, te dejan la cabeza un poco de aquella manera. Y, aunque por un lado pienso que me merezo el descanso, que todos los manuales y artículos aconsejan una vuelta muy gradual a la normalidad, no me acaba de convencer este periodo de barbecho. Y es que desde el maratón he corrido poquísimo: la primera semana post-Donosti, 10 k (1 día); la segunda semana, 30 k (3 días); la tercera semana, esta, llevo 2 días (18 k, de momento) y ganas de salir hoy y mañana. A ver cómo va todo, porque aquí está lloviendo lo que no está escrito y no tiene ninguna pinta de parar. A ver también cómo va la rodilla...
Bueno, hablando de otra cosa: ayer cumplí 40 años. Maradonosti fue una especie de celebración, algo así como un subidón para entrar en la cuarentena con las pilas cargadas. Como he explicado más arriba, el subidón está empezando a convertirse en bajonazo. Así que ayer tuve que coger el toro por los cuernos y, por el poder que me confería el cumpleaños, declaré el 18 de diciembre como día regional del triatlón. Toma ya! La celebración consistió en coger la bici como todos los días (para ir a currar), ir a la piscina (no demasiado malas las sensaciones: 1000 metros con pull y 250 a pelo) y salir a correr por la noche (8 km con un frío y una humedad del copón bendito, y mi chubasquero en el armario guardado). Pues eso: prueba superada e inicio del reto comenzado oficialmente.
Llevo meses dándole vueltas a lo de incorporarme al triatlón de manera organizada y seria. El día de ayer fue el pistoletazo de salida. Hoy, el cambio de nombre de este blog es ya una prueba de mis intenciones ¿a corto, medio o largo plazo?
Salud y kilómetros.

martes, 1 de diciembre de 2009

32 Maratón Donostia San Sebastián: la crónica de 3 h 07'14'' (aterrizando, que es gerundio)


Han pasado casi 60 horas desde que el domingo, a las 12 y ocho minutos del mediodía, terminé mi primer maratón. Han tenido que pasar esas horas para que vuelva a bajar escaleras con cierta soltura, para asimilar la carrera y para encontrarme con algo de tiempo para escribir la crónica. Ya era hora! Pues sí, ya me vale: tanto dar la murga con el maratón, tanto escribir aquí entradas irrelevantes, y ahora que tengo algo verdaderamente jugoso que contar (el aterrizaje de este primer vuelo) voy y tardo casi 60 horas en decidirme.
Quizás he tardado tanto porque me da miedo pensar que ahora que el avión ha aterrizado, tendré que planear otros vuelos para seguir pa'alante. También porque me doy miedo: no quiero pasarme con los retos ni con vuelos demasiado altos. No me toques las palmas que me conozco. ¿No decía eso la canción? Pues eso: ahora aquí, escuchando a Sigur Rós y con una infusión ahí enfriándose, con la foto esta aquí a mi izquierda (¿se nota la cara de satisfacción en la entrada en meta?) creo que estoy a punto para contaros cómo fue todo. Perdonar el retraso... Y, no, no es un globo desinflado lo que llevo en la mano: es una gorra.
Bueno, pues la fase final de aterrizaje comienza el sábado 28 muy tempranito: el enésimo sacrificio de la historia esta. A las seis menos diez de la mañana tocan diana. Simón y yo tiramos para el aeropuerto, con poca alegría y con muchas dudas: él está con un gemelo lesionado; yo estoy cansado. Cansado de semana y agobiado por mi falta de estrategia para la carrera. Además, el pronóstico del tiempo ha empeorado: el domingo por la mañana entre las 9 y la 1 va a caer la del pulpo en Donosti. En fin, qué se le va a hacer. Barajas. Segundo avión: la cosa se empieza a animar; ambiente 'runner' a tope: nos falta hacer unas rectas por el pasillo del avión; nos dejamos ver los suuntos y los polar y nos miramos de reojillo todos. Todos sabemos a lo que vamos a Donosti: todos sabemos que todos lo sabemos... Bueno, vamos llegando: preciosa aproximación del avión -Hondarribi, Hendaya, San Juan de Luz y a lo lejos Biarritz. Aterrizamos al borde de esa frontera que me ha fascinado siempre que la he visto: el Bidasoa separando abruptamente dos países... Bueno, tiramos para Donosti. Hotel estupendo, recogida de dorsal, paseo, zuritos y pintxos, comida atómica (alubias negras de Tolosa, vivan los hidratos, y pimientos rellenos), siesta y, de nuevo, paseo y cena nerviosa (pasta y ensalada). A dormir, señores, que mañana corremos un maratón.
Sorprendentemente, duermo bien -oigo llover entre sueños y pienso que lo mismo el frente se ha adelantado. Efectivamente, nos levantamos a las 6 y 25 y ha dejado de llover. Desayuno. Evacuación intestinal exitosa y completa. Elección de ropa (manga corta, por fin, que no se diga; manga corta y guantes, que a mí las manos que no me las toquen). Tiramos para Anoeta; dejamos las bolsas, nos damos vaselina en las tetillas y en las ingles, estiramos, calentamos, damos unas carreras. Apenas hablamos. Excitación. Mogollón en la salida. Me despido de Simón. Buena suerte y tal y tal: le intentamos quitar trascendencia al asunto. Me sitúo junto a la liebre de las 3 horas 15'. Preparados, listos, disparos de salida. Señoras, señores, estoy corriendo mi primer maratón.
El grupo de las 3 horas 15' es super compacto; hago el primer kilómetro en el grupo. Me agobio. No sé por qué pero las piernas se me van. Las Mizuno Elixir 3 tiran de mí y me piden jarana. Tiro. De repente me encuentro en un grupeto super compacto -desconozco sus intenciones, no quiero ni imaginármelas: sólo sé que voy cómodo a ese ritmo. Vamos como a 4'30''; un poquito más rápido quizás. Empiezo a dudar: una parte del cerebro me dice que voy de puta madre; la otra me dice que me voy a dar una buena hostia. Una parte del cerebro me dice que he estado entrenando 16 semanas para algo; la otra me dice "te vas a acordar tú de esto dentro de 30 kilómetros, jodío imprudente". Entramos en el estadio de Anoeta como en el kilómetro 5; primera entrada que me deja con la boca abierta. No quiero ni imaginarme cómo será entrar cuando toque el kilómetro 42...
La cosa sigue sin muchas novedades: el grupeto en el que me he integrado tiene totalmente memorizado el ritmo. Ni un tirón, ni una duda. Ritmo, ritmo, ritmo. El mismo ritmo todo el rato por las calles de Donosti. Las novedades las marca el público, cada vez hay más gente: mayores, pequeños, una banda de música, bomberos, gabachos y gabachas, niños que quieren chocar la mano de los corredores. No pienso en nada; no quiero pensar: queda todo por delante. Como no quiero pensar, meto la directa y disfruto a ratos con todo lo que me ofrecen los sentidos: el ruido de todas las zapas a ritmo, el mar por el puente del Kursaal, el Kursaal, impresionante, varado en el Cantábrico, el público con sus gritos de ánimo en euskera (oso ondo, aupa, aurrera, dirigidos a ese generoso surtido de Andonis o Juantxos que van corriendo conmigo), el Cantábrico con unas olas preciosas que también nos dicen 'oso ondo', la Zurriola, la Kontxa... En verdad, la belleza del recorrido es apabullante.
Sin novedades: mis mismas dudas y el no querer pensar. Me acuerdo de todas estas 16 semanas pasadas. De mis padres. De mi prima Reme, que ya no está. Del gemelo de Simón. De que queda toda la carrera por delante. De que quizás me pegue contra el famoso muro (o el señor del mazo, que hay maneras distintas de llamarlo). En cualquier caso, creo que ya he tomado una decisión: voy a hacer un buen tiempo, menos de 3 horas 15'; voy a seguir a este ritmo y si me estrello pues... No soy consciente de cuándo tomo tal decisión, debe ser al darme cuenta de que en una hora hemos hecho más de 13 kms -y digo 'hemos' porque en ningún momento tengo la sensación que he tenido en otras carreras: no corro solo, corro con un grupo de gente que no se desvía ni una décima de segundo del ritmo. Seguimos, seguimos, seguimos. Ritmo, ritmo, ritmo. Clavado, clavado, clavado. Así llega el paso de media maratón: 1 hora 34' 54'' (según el tiempo oficial). Si consigo doblar hago 3 horas 10'.
Claro, si consigo doblar... Otra vez dudo: mi mitad prudente me dice que estoy pirado. Que me queda la mitad de la carrera y que me la voy a pegar. Mi otra mitad me dice que no hay vuelta atrás. Has tomado una decisión, ¿no te acuerdas?. Segunda entrada en Anoeta: 100 años de Real Sociedad. No hay mal que cien años dure, os toca subir a primera ya!... Vamos pa'alante. Repetimos la vuelta y volvemos a pasar por el Kursaal y por la Zurriola. Empiezo a echar de menos un poco de ambiente en el grupeto. A mí, que tanto me gusta hablar en las carreras: en esta me va a tocar ir calladito. Digo alguna cosa, estilo 'qué bonito' mientras miro románticamente el oleaje del Cantábrico. Qué alucine! Nadie me sigue la corriente: aquí no hemos venido ni a hablar ni a mirar el paisaje. Ritmo, ritmo, ritmo. Cloc, cloc, cloc. Vale, me callo.
Por la Zurriola, kilómetro 28, me saco el gel del bolsillo trasero del pantalón. Cojo agua. Me preparo. Hoy el gel me resulta empalagoso a rabiar. Como si me hubiera comido varios kilos de chicle con sabor a plátano. En fin, cosas de los geles. Kilómetro 30. Con mucha ceremonia digo "ahora empieza la hora de la verdad". Uno del grupo, con el que he compartido agua hace un momento, me sigue la corriente. Le digo que no sé si voy pasado de rosca para ser mi primer maratón. Me pregunta si sé que vamos para hacer menos de 3 horas 10'. Le digo que sí, que me lo imagino. Me dice que si quiero asegurar sea conservador en la cuesta de los concesionarios. Le digo que sí y hago firmes propósitos de ser conservador. Entro en territorio desconocido. En mi vida he corrido más allá de 32 kilómetros y ahora cruzo esa puerta. No sé lo que va a pasarme. ¿Me encontraré con un muro de ladrillos o de hormigón? ¿Romperé a cabezazos los ladrillos? ¿Me romperé la cabeza con el hormigón?
La Kontxa. Ondarreta. El túnel. Kilómetro 34. La Universidad. La susodicha cuesta. No quiero ser conservador. Paso de todo. Despues de todo, a mí lo que me gusta es subir cuestas. Las piernas me molestan, no lo puedo negar. Una molestia difusa, los abductores, las rodillas, los gemelos, no sé. Todas las piernas. Las piernas en sí. Pero el corazón se adueña de la situación: 'señoras piernas, un poquito de respeto, que este señor lleva entrenando 16 semanas para darse este gustazo'. Las piernas se callan y parecen obedecer. Kilómetro 35. Bajamos la cuesta. En un concesionario tienen a los Bee-Gees a toda leche: Staying Alive. Eso parece que va dedicado a las susodichas piernas. Me permito una licencia y coreo el estribillo. Uh-uh-uh-uh staying alive, staying alive. Mis compis de grupo ni se inmutan. No hemos venido aquí de catxondeo. Ritmo, ritmo, ritmo. De todos modos, caigo en la cuenta de que el grupeto se ha desintegrado. La gente ha recurrido a la típica, traída y llevada, estrategia de maratón. Si en el kilómetro 30 y tantos estás bien, tira pa'lante. Tonto el último. Ahora hay dos posibilidades: el reino de los cielos de los maratonianos se divide en dos mitades. La mitad de los del muro (los que se paran a estirar, los que andan, los que tienen expresiones de dolor, los que han jugado con fuego y se han quemado) y la mitad de los iluminados. Los iluminados, los que consiguen hacer creer a las piernas que 'impossible is nothing', los que las engañan, los que pasan de dolores y consiguen romper a cabezazos los ladrillos, el hormigón o el ácido láctico de los cojones. Me meto en este segundo grupo. Me da un ataque de euforia y me zafo de los restos del grupeto. Corre que te corre, me doy cuenta de que estoy haciendo el tonto. Con lo cómodo que es correr en grupo. Decido, haga lo que haga, seguir en un grupo. Kilómetros 36-37. Mi compi de botella de agua ahora no me recomienda ser conservador. Me mira y me dice: 'ya lo tienes'. Digo: 'bueno, no sé, a ver'.
Túnel de Ondarreta. Kontxa. Recogida y vuelta a casa: ya vamos para Anoeta. . Ahora sí, tiro para alante. Me integro en otro grupo: en esta ocasión uno ilustre. El de Eva Esnaola, de Hernani. Todo el mundo parece conocerla. El público está de matrícula de honor. La calle San Martín completamente petada. La esquina con Easo es el punto G del orgullo y la fuerza maratonianas. Ni piernas doloridas ni leches. Pasas por ahí y es como si te pusieran cuarto y mitad de tonelada de gel de glucosa en vena. Ahí oigo el grito de ánimo más impactante de todos los que he oído a lo largo de la carrera: qué enormes! Lo dice un señor mayor que, con esas palabras, da en el clavo de la épica de esta carrera. Qué enormes -sí señor.
Sin embargo, el grupo de Eva Esnaola me agobia. Me cuesta adelantarlos pero ahí que me decido y me zafo. Ahora la euforia es ya de cine: adelantando gente que ha pinchado ya no hay vuelta atrás y voy en plan temerario. Si me tengo que amputar las piernas por los efectos secundarios me da igual. Yo lo que quiero es poner el corazón a tope de pulsaciones y comerme Anoeta. Las piernas me dais igual. Que lo sepáis.
Por cierto, ya se ve Anoeta. Hay que dar la vuelta por detrás. Velódromo. Mini estadio. Y, tachán, tachán, entrada, media vuelta y no me puedo creer lo que veo. 3 horas 7 minutos 50 y tantos en el cronómetro. Hago hasta un sprint y todo por entrar antes de los 8 minutos. Creo que lo hago pero el tiempo oficial me da, finalmente, 3 horas 8 minutos 2 segundos. Tiempo real 3 horas 7 minutos y 14 segundos. Entro llorando, miro para arriba y le dedico estas semanas y estas 3 horas y 7 minutos a mi prima Reme. Sí, para ti, que, aunque todavía nos parezca mentira, te nos quedaste en mitad de mi camino a Donosti.
Lo demás es ya menos confuso: me dan una manta y una medalla, me quitan el chip, me adentro en los túneles del estadio, como algo, me doy cuenta de que estoy en estado catatónico, bebo algo, estiro, me abrigo, espero a Simón. Mientras espero me doy cuenta del sentido de estas 16 semanas, del sentido del entrenamiento, del sentido del sacrificio. Y, aunque hace un par de días aborreciera de tanto sacrificio y tanto entreno, ahora caigo en la cuenta, de golpe y porrazo, de que yo esto lo quiero volver a hacer más veces. Por fin llega Simón, 3 horas 52 minutos a pesar de la lesión del gemelo: enhorabuena, somos maratonianos. Estamos grillados. ¿O no?